EL PANFLETERO
Él se levantó con la sensación de haber dormido muy poco, a pesar de saber que fueron 9 las horas que estuvo tendido en la cama, no recuerda haberse despertado en medio del día, ni siquiera para ir al baño. ¡tal vez será la reunión de la noche lo que me tiene así! Pensaba. Su día comenzaba a las 6 p.m. y terminaba tipo 5 a.m. aunque algunas veces se quedaba con sus amigos desayunando en la cafetería de Pacho, pero hoy no fue ese día, por eso no podía entender la sensación de cansancio que le recorría el cuerpo. De igual forma se levantó, corrió el cartón que tapaba la ventana y se dio cuenta que aún era de día, miro el viejo reloj, que había recogido de las bolsas de basura en el barrio de los ricos, y se percató que eran las cuatro. Hizo la cuenta contando con los dedos de la mano derecha: se cogió el meñique y contó siete, luego el anular y contó ocho, el del corazón nueve, el índice diez, el gordo once, pasó a la mano izquierda, el meñique doce, el anular una, el del corazón dos, el índice tres, el gordo cuatro. ¡Diez horas! Y abría las manos frente a sus ojos con expresión de asombro. No podía creer que hubiese dormido diez horas y que aún tuviese sueño. De nuevo se dejó caer pesadamente en la cama y su mente se fue a la noche anterior, había besado a Rosita… recordaba la sensación de tibieza en los labios y como ella solo entreabrió la boca y dejó que él hiciera el resto. No pensó encontrársela tan de sorpresa, recordó que estaba pegando el afiche de Andrés Cepeda, empinado sobre la pared y con ambas manos en alto, con una sosteniendo la brocha con el pegante y con la otra el afiche, cuando de pronto sintió que lo abrazaban por la espalda, del susto casi deja caer la brocha, pero el olor era inconfundible, ese perfume lo había acompañado durante muchas caminatas nocturnas recorriendo la ciudad, trató de alargar ese abrazo quedándose quieto sintiendo el calorcito de su cuerpo y el roce de sus pechos en la espalda. Él sabía que era ella y seguro ella intuía que él la había adivinado. Entonces cayó en la cuenta ¡La reunión!, miró el reloj, eran las cinco, había pasado una hora pensando en Rosita, como decía él ¡Echándose un pajazo mental!
Calculó 15 minutos de la casa al sitio de reunión, eso si fuera en carro, pero decidió caminar los 35 minutos que era el equivalente. Igual quería calmar la ansiedad que le generaba el encuentro, hacía varios años que no veía a Arnulfo. Las calles eran largas, mal olientes y con basuras a lado y lado; recordaba que años atrás se había prometido, en la primera oportunidad, salir del barrio, pero la suerte no lo había acompañado ¡Y ahora esta marica pesadez que no sé en qué momento he agarrado! murmuraba en silencio.
— ¡Ooola peerrro!
— ¡Guevón! no me digás así.
Estiven se quedó quieto, no sabía que pensar ni que hacer, perro, era la palabra de confianza que se utilizaba en el barrio para saludar a los mejores amigos.
Arnulfo, conservando aun la cara de regaño, trató de tranquilizarlo.
—Marica, aquí no podés utilizar esas palabras, si te escuchan hablando así, no te van a dar el trabajo.
— ¡Pero perro! ¡ya! ¡ya! No tengo que decir esas palabras. ¿Pero entonces?
—Ya hablé con mi jefe, le expliqué lo de tu experiencia y al hombre le gustó.
Estiven, un poco achantado por el regaño, le pregunta:
— ¿Estoy bien así? sacando pecho y mostrando los zapatos relucientes.
Arnulfo lo observa de arriba abajo, luego se le queda mirando directo a los ojos…dudando si Estiven lo haría quedar bien. Fueron amigos durante la infancia, pasaron por las verdes y las maduras pegando publicidad por toda la ciudad, tuvieron fama de rápidos y de no dejar burbujas en los carteles, las tipografías los recomendaban, las pequeñas agencias de publicidad y algunos particulares los buscaban, sobre todo porque se atrevían a colocar carteles en sitios estratégicos y en algunos lugares prohibidos, sin contar lo económico de su trabajo. De eso hacía ya 15 años. Ar, como le decía Estiven, tuvo la fortuna de salir del barrio a causa de la herencia que recibió la mamá, de un tío lejano.
— ¡Ar! ¿Qué dices?
Arnulfo, sacudido de su ensimismamiento, lo observa de nuevo y le da el visto bueno, no sin antes agregar:
—Tratá de no arrastrar la voz
— ¿Cómo así?
En un acto de arrepentimiento se corrige
— ¡No! No te preocupés, así estás bien. - Lo estaba viendo muy nervioso, para que asustarlo más.
— ¡Con que vos sos Estiven!
— ¡Sí Dotor!
Argemiro lo calibra de arriba abajo, tiene buena estatura y buen estado físico, además se ve joven, piensa para sí.
—Arnulfo me ha hablado muy bien de vos. Me dijo que estás muy interesado en trabajar con nosotros.
— ¡Sí Dotor!
—Él comentó que toda la vida has sido independiente, ¿Por qué estás tan interesado en vincularte?
— ¡Pues Dotor, que le digo! Ahora lo pillan a uno muy fácil, hay cámaras por todos lados, y piden unos papeles, que pa´decile la verdá, yo no sé dónde se sacan. Entonces es mejor trabajar con lo legal, está uno más tranquilo.
— ¿Cuánto hace que laborás en este oficio?
—Pues Dotor, desde que me conozco. Ar y yo estábamos pequeños, por ahí de 10 o 11 años, recuerdo que el Zurdo nos llamó para que le pegáramos en el barrio unos volantes de las arepas que el hombre vendía y luego nos dijo que los echáramos bajo las puertas, el hombre quedó tan contento que nos dio de a tres mil pesos a cada uno. A los ocho días nos llamó para que hiciéramos lo mismo en el barrio vecino. Después Pacho, el de la panadería, nos dijo que hiciéramos lo mismo que hicimos con el Zurdo. En esas conocimos al Petaca, era un señor que se dedicaba solo a eso, nos cogió cariño y nos enseñó el oficio. Ar y yo éramos inseparables.
-Habláme de tu familia
—Pues Dotor…
—Quiubo ¿cómo te fue? - le pregunta Arnulfo.
—Pues Ar… ¡yo creo que bien! Dijo que me llamaba
Arnulfo queda pensativo, preguntándose ¿por qué razón no lo contrató de una vez? ¡Estamos en temporada y falta gente!... Seguro fue la forma de hablar de Estiven, ¡Este marica arrastra mucho la voz, parece un marihuanero! concluía en su razonar.
— ¿Qué pasa? Pregunta Estiven
— ¡No, nada! Esperemos que te llame para que empecemos a trabajar.
No quería acabar con las ilusiones de Estiven, pero en algún momento tendría que abordar el tema y si era necesario le enseñaría a hablar, lo estimaba como a un hermano.
Rosita le había puesto condiciones para irse a vivir con él. La primera era que tuviera un trabajo estable, el sueldo de ella no era suficiente para que ambos se fueran del barrio. Lo segundo, ella no estaba dispuesta a vivir con un vago que se la pasara viendo televisión o con los amigos en la esquina, ¡No!, ella quería un compañero con el que pudiera luchar hombro a hombro y sacar adelante una familia.
De la entrevista hacía ocho días, la llamada aún no llegaba, la ansiedad y el desespero lo estaban invadiendo, consultaba el teléfono cada dos minutos, ningún mensaje. Esa semana solo había trabajado una noche, la agencia que lo distinguía le encargó el pegado del cartel de Yeison Jiménez y los gigantes del vallenato. La incertidumbre lo estaba matando ¿Será que no le gusté al hombre? ¡Pero bueno, apenas hace ocho días! se consolaba. Ar dijo que estaban en temporada y que necesitaban gente ¿Entonces?. Las preguntas iban y venían.
Desde la entrevista no llamaba a Rosita, no quería dejarse ver, ni menos que supiera en el estado en que estaba, algo tendría que hacer. No quería llamar a Ar, hacía tiempo que no hablaban y le daba pena molestarlo, a pesar de que fueron como hermanos…No había otra, tendría que llamar a AR, no podía seguir en semejante zozobra.
—Hola Ar!
— ¡Quiubo Estiven! ¿No te han llamado?
— ¡Nada!
—Haa… Dejáme yo hablo nuevamente con mi jefe y te aviso
— ¡Listo!
La esperanza volvió a tomar forma, no más colgar y ya le estaba marcando a Rosita, necesitaba escucharla, que supiera que estaba haciendo hasta lo imposible por lograr vincularse a un trabajo estable. Que no lo echara al olvido… El teléfono lo enviaba a buzón, lo intentó varias veces, pero igual. Tenía que calmarse y pensar con cabeza fría. Prendió la radio y estaba cantando Julio Iglesias
“Abrázame y no me digas nada solo abrázame,
me basta tu mirar para comprender
que tú te irás”.
Con esa última frase fue suficiente para salir disparado a buscarla.
Al dar la vuelta a la esquina sintió que el teléfono le vibraba en el bolsillo, era la llamada que tanto estaba esperando.
— ¡Dotooor!
—Estiven, ¡Cómo vas!
—Bien Dotor
—Por qué no te pasás a eso de las cinco por la oficina, para que firmés unos papeles, y arranquemos mañana mismo a trabajar.
— ¡Claro Dotor! A las cinco estoy allá.
Luego de colgar, no se lo creía, de la alegría no cabía en la ropa. - ¡Claro Dotor! ¡Lo que usted diga Dotor! ¡No faltaba más Dotor! -Lo gritaba en voz alta sin hacer caso de la gente que estaba alrededor. Ahora sí que tenía una buena razón para ver a Rosita, corrió lo más que pudo y llegó jadeando a su casa. Se organizó la camisa y se alisó el pelo, toco la puerta cuatro veces, como ella se lo había indicado. De nuevo tocó cuatro veces, entonces cayó en la cuenta de que ella trabajaba, precisamente hoy, hasta las seis de la tarde. ¡Qué lástima! Pensaba, ¡Quería abrazarla y decirle lo mucho que la quería, además de darle la buena nueva!
Recordó de nuevo que empezaría a trabajar mañana y la alegría se reestableció. De regreso a su casa pasó por la cafetería de Pacho, allí se encontró con sus amigos y la noticia generó euforia en todos ellos. Lo invitaron a una cerveza, para celebrar, él trató de reusarse manifestando que tenía la cita a las cinco, miró el reloj y era la una, calculó el tiempo y asumió que no habría ningún problema, así que acepto la cerveza. Detrás vino otra y luego otra, hasta que de la borrachera se quedó dormido sobre la mesa, cuando despertó eran las siete de la noche. El mundo se le vino encima ¡Como era posible que fuera tan bruto! exclamaba.
— ¡Ahora como voy a arreglar esto! Pensaba en voz alta.
Caminaba de un lado a otro de la habitación - ¡Piensa, piensa! Se decía.
— ¡Ar! La embarré
— ¿Qué pasó?
—Me dejé llevar de la alegría y celebrando con los muchachos, me emborraché y no asistí a la cita que era a las cinco. ¡Ahora no sé qué hacer! Ar, ¡no puedo perder ese trabajo!
Estiven lloraba por el teléfono rogándole a Arnulfo que le ayudara. Sentía que la vida se le estaba escapando.
Luego de un largo silencio, le dice Arnulfo:
— ¡hagamos una cosa! La secretaria entra a las ocho, estate aquí a las siete y media, que apenas entre la agarramos y le decimos que nos ayude.
— ¡Listo!
— ¡Pero bien cumplido! le advertía Arnulfo.
Se despertó varias veces en la noche verificando la hora en el reloj, quería estar seguro de estar a la hora exacta, a eso de las 5 a.m. decidió que ya estaba bien lo de seguir durmiendo, se arregló y fue a tomar tinto a la cafetería de Pacho. Mientras esperaba que dieran las 7, su pensamiento voló hacia Rosita, imaginó como sería la vida al lado de ella, lo curioso fue que no demoró mucho en esa fantasía, su pensar se detuvo en la angustia que estaba sintiendo y que venía cargando desde antes de la entrevista con el Dotor, se preguntó ¿A que venía tanta angustia? Había pasado por peores situaciones y se había caracterizado por cogerla suave, su mamá siempre lo había consultado cada vez que ha estado en aprietos, igual los amigos. No le encontraba sentido… ¿Será perder la independencia? Se preguntaba. ¿Cómo será la vida con un jefe, alguien que me esté diciendo lo que tengo que hacer? Nadie, en lo que llevo de vida, me ha dado órdenes, ni siquiera mi papá que bien bravo fue… ¿Será la expectativa de irme a vivir con Rosita?...¿Será que no voy a ser capaza de manejarme?. Esa cantaleta de mi mamá diciendo que cada vez me parezco más a mi papá me tiene hasta el culo, ¿Será que sí?...¡Pero yo no puedo ser tan violento como el viejo!. Lo decía en voz baja, entreabriendo los labios para escucharse, recordaba las golpizas que recibía la mamá y en las que él lo único que hacía era llorar porque su papá le llevaba 4 cabezas de estatura, terminaba abrazado a su mamá golpeada y ésta diciéndole al oído ¡Jamás vaya a ser como su papá!
— ¡Claro! ese es el motivo de la angustia. -No daba crédito a su descubrimiento - ¿Cómo era posible que no se hubiese dado cuenta, a pesar de haber sido tantos los malos momentos? -No entendía cómo una simple frase, expresada en momentos de un duro golpe, fuera la causa de semejante malestar, de semejante abatimiento.
Se levantó de la silla casi gritándola y prometiéndose hablarlo con Rosita. Miró el reloj, faltaban cinco para las siete, pagó el tinto y salió entusiasmado al encuentro con Arnulfo.
No caminaba precisamente relajado, pero sí sentía que se había quitado un peso de encima. Llegó a la agencia a las 7:25 a.m. Arnulfo le había dejado dicho con el celador que lo aguardara en la sala de espera mientras él terminaba unos asuntos.
Arnulfo abordó la secretaria y, en un tono suplicante, le inventaba una mentira piadosa acerca de la situación de Estiven. Ella, en silencio, lo escuchaba, mientras con su mirada tierna se preguntaba ¿Qué tendré que hacer para que se fije en mí? ¿De qué otra manera me le tengo que insinuar para que me invite a salir? No puedo decirle lo mucho que me gusta, además no está bien que la mujer haga eso, eso le corresponde al hombre, de lo contrario podría pensar que soy una cualquiera o demasiado fácil ¡Y eso fue lo que paso! concluyo Arnulfo, mientras ella, sorprendida, salía de su embeleso...Ante la mirada apremiante de Arnulfo, tartamudeo y alcanzó a decirle que el jefe había tenido que salir de la ciudad por un imprevisto y que no regresaría hasta el fin de semana, con relación al señor Estiven, había dejado unos papeles para que los firmara y empezara de inmediato a trabajar... hubo un espacio en silencio donde la mirada de Arnulfo se perpetuo con la de ella. En un impulso de agradecimiento Arnulfo la abrazó besándola luego en la mejilla. Todo pasó tan rápido que ella no alcanzo a reponerse, solo pudo disfrutar el abrazo momentos después que él se fuera, lo recreo en su intimidad sintiendo y tomándose el tiempo para mantener la sensación del fuerte apretón que le sacudió todo su cuerpo.